Está quebrado. El puente entre la construcción de mi mente y las imágenes frente a los ojos del resto está quebrado. No sé en realidad dónde demonios me encuentro. Aun así, no tengo ganas de saberlo, porque aunque se vuelva doloroso, sucio, ennegrecido, ensangrentado, confuso, vacío, podrido y crónicamente lacerado, me siento cómodo. Me siento como en la antigua cuna maternal, en la que nada ni nadie nos podía hacer daño, a pesar de que solíamos ser los seres más débiles del planeta.
Hace mucho que no me sentaba a esciribir sin un peso gigante en el pecho, y ojalá eso no signifique que todo aquello que deba decir sea algo disoluble en el aire. No quiero que la única manera de poder expresarme y ser capaz de hablar sea producto de un maldito nudo en la garganta. No quiero que cada vez que me siente a meditar y a escupir letras con mis dedos, los sentimientos estén bajo el alero de la melancolía loca, de la insana pena, del dolor subcutáneo, de la angustia abismal de las preguntas en mi cabeza.
El cielo está oscuro afuera, barnizado de ese azul lejano que se oculta en la penumbra del atardecer invernal. Fue un día corto, un día que quizás haya nacido tímidamente como un “buen día para empezar”. ¿Para empezar qué? Para empezar mi preocupación por mí a lo mejor. Ya he avanzado bastante la etapa de encerrarme en mí y evitar que las navajas de lo externo compenetren con mi filosofía de vida. Sin embargo, esa fase aún no está acabada, y temo que nunca podré completarla en realidad. A pesar de ello, seguiré adelante, porque ya ha pasado demasiado tiempo.
Hoy hice varias cosas que hace muchísimo tiempo no hacía, y casi como una reacción corporal a ciertos venenos salvajes, mi ánimo se levantó por sí sólo y pude sonreír el día entero. Creo que aunque ya hayan pasado varias horas, y ciertos recuerdos entraizados me sigan rasguñando por dentro como lo han hecho durante siete meses, seguiré con mi día. Sé que soy valiente. Sé que soy fuerte. Sé que los desafíos son algo que me vuelven más poderoso. Sé que quizás es la única virtud de la que puedo jactarme. Se puede caer el mundo sobre mis hombros, pero jamás retrocederé y jamás me voy a rendir.
No sé que habrá para mí mañana. Pero no tengo miedo de eso. De hecho, hace tiempo que no me da miedo recibir las cosas que me regalará el futuro, y creo que por eso la he pasado medianamente mal con sopresas que no me son para nada alegres. No obstante, imagino que cada día algo lindo llega a mi puerta y adoro poder reconocer esos minúsculos detalles, como las migas de pan en el camino del bosque, para que finalmente, cuando menos me lo espere, la vida me entregue algo que jamás terminaré de agradecer...
Hace mucho que no me sentaba a esciribir sin un peso gigante en el pecho, y ojalá eso no signifique que todo aquello que deba decir sea algo disoluble en el aire. No quiero que la única manera de poder expresarme y ser capaz de hablar sea producto de un maldito nudo en la garganta. No quiero que cada vez que me siente a meditar y a escupir letras con mis dedos, los sentimientos estén bajo el alero de la melancolía loca, de la insana pena, del dolor subcutáneo, de la angustia abismal de las preguntas en mi cabeza.
El cielo está oscuro afuera, barnizado de ese azul lejano que se oculta en la penumbra del atardecer invernal. Fue un día corto, un día que quizás haya nacido tímidamente como un “buen día para empezar”. ¿Para empezar qué? Para empezar mi preocupación por mí a lo mejor. Ya he avanzado bastante la etapa de encerrarme en mí y evitar que las navajas de lo externo compenetren con mi filosofía de vida. Sin embargo, esa fase aún no está acabada, y temo que nunca podré completarla en realidad. A pesar de ello, seguiré adelante, porque ya ha pasado demasiado tiempo.
Hoy hice varias cosas que hace muchísimo tiempo no hacía, y casi como una reacción corporal a ciertos venenos salvajes, mi ánimo se levantó por sí sólo y pude sonreír el día entero. Creo que aunque ya hayan pasado varias horas, y ciertos recuerdos entraizados me sigan rasguñando por dentro como lo han hecho durante siete meses, seguiré con mi día. Sé que soy valiente. Sé que soy fuerte. Sé que los desafíos son algo que me vuelven más poderoso. Sé que quizás es la única virtud de la que puedo jactarme. Se puede caer el mundo sobre mis hombros, pero jamás retrocederé y jamás me voy a rendir.
No sé que habrá para mí mañana. Pero no tengo miedo de eso. De hecho, hace tiempo que no me da miedo recibir las cosas que me regalará el futuro, y creo que por eso la he pasado medianamente mal con sopresas que no me son para nada alegres. No obstante, imagino que cada día algo lindo llega a mi puerta y adoro poder reconocer esos minúsculos detalles, como las migas de pan en el camino del bosque, para que finalmente, cuando menos me lo espere, la vida me entregue algo que jamás terminaré de agradecer...
by Arkänus
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