CAPÍTULO I
Transcurrían los minutos y yo seguía observando aquella hoja, sin saber qué demonios escribir: si trazar algún dibujo o rasguear un poema, tal vez simplemente nada. He pasado días enteros contemplando una página en blanco, admirando su pureza y olvidando lo que pretendí plasmar suavemente con mi lápiz. Una página en blanco. Ya no es una hoja blanca, pulcra e inmaculada. Poco a poco corrompo su inocencia con el suave goteo de tinta que derrama mi lapicera. Se salpica de tinta negra, igual que mi espíritu corrompido por las consecuencias de mis actos.
No me creo una blanca paloma, tampoco un ente ruin. Sin embargo, debo decir que he hecho cosas estúpidas, carentes de sentido que han llenado mi cabeza de confusiones y en más de alguna ocasión me han conducido a la rabia y el rencor. Por culpa del miserable orgullo he alejado a personas importantes, e incluso, de mí misma. Dentro de mi hermetismo aún existe aquella persona que necesita de la luz para vivir, que necesita del llanto y la risa para seguir adelante… que requiere de la confianza del resto para desenvolverse sin miedo. Necesito despertar y ahogar la angustia en agua con sal o veneno si fuera necesario, necesito caer bajo un cálido abrazo de un cuerpo ajeno y no saber de nada ni de nadie, no quiero saber de realidad ni del mundo. Quiero escapar de lo que me rodea, pero a la vez quiero despertar de este sopor que me aturde.
¡Llámenme desquiciada, presa de mi cordura esquizofrémica, como quieran! no me afecta, debo reconocer que sí, estoy loca, o tal vez sea más cuerda que aquellas personas que creen tener un sano juicio. Puedo estar simplemente trastornada o quizás no, ¡quién sabe y a quien le importa! Como dicen por ahí, para hacer cambios hay que estar loco, para crear hay que estar chiflado, para pensar también. De lo contrario, seríamos unos malditos zombies que vagaríamos por la vida sin saber qué demonios hacer, ni cómo actuar, ahí ni siquiera contarían las estupideces que cometemos, especialmente las idioteces que yo he cometido.
Debo decir que esta página es como una vista a mi deplorable alma, la que inevitablemente, como esta hoja, se ha ido manchando. Ahora no es más que un trozo de papel arrugado y desecho por el autor que garabateó vagamente sus palabras en el libreto de la vida, cuya marioneta yace aquí escribiendo esta nota. Justamente, así me siento. No diré que me siento así porque quizás he sido una víctima de mi destino nefasto, pues no lo soy. Confesaré que yo lo he querido: inconscientemente me hago daño a mí misma, y no me doy cuenta hasta despertar de golpe y verme a punto de caer al fondo del abismo.
Vissnasjäl.-
CAPÍTULO II
Transcurrieron los días, luego de abandonar este escrito he decidido continuar escribiendo en este trozo de papel, que por cierto, no dudé en tirarlo a la basura. Quizás no continuaré con el mismo ímpetu que comencé, haré lo posible por seguir el rumbo. Es jueves 20 de abril del año 2011. Es pasada media noche (12.12 am. para ser más específica). Como es costumbre, aún permanezco despierta. Es una noche lluviosa, el rosal del jardín rasguea mi ventana a causa del temporal que se levanta y debo decir que me agrada. Estoy escuchando una banda de folk experimental chilena, Bauda. Aunque suene bastante extraño, el folk metal ayuda a concentrarme y a escupir todos los miserables sentimientos de culpa, rencor, frustración y miedo que siento; dejándome la sensación de tranquilidad, nostalgia y vacío que me hace sentir mejor. Siento que mi alma danza, al oír aquella armoniosa melodía que acaricia mis oídos. No quiero que acabe este momento de tranquilidad, pero nada es eterno.
Culpas inconfesas. Es el nombre que he puesto a esta especie de… lo que sea. Sí, me siento culpable… de tantas cosas, en primer lugar, soy la persona más contradictoria que tal vez hasta ahora ha pisado este suelo; cambio de opinión cada cinco minutos y nadie entiende mi retorcido genio, ni mucho menos mi sentido del humor. Algunas veces siento que no encajo en esta sociedad y reconozco que ésta no hará nada para que yo me sienta cómoda en ella, lo cual es justo. Segundo, soy aquella mujer profunda, misteriosa y sentimental que mantiene sus verdaderas emociones muy ocultas, bondadosas en exceso y crueles a la vez. Como anteriormente dije, soy la persona más contradictoria que tal vez jamás ha existido en este pedazo de mundo, muy distinta en cuanto a mis características, pero a la vez, no diferente. Es más, ni siquiera en estos años de existencia he logrado entenderme, y dudo que alguien me entienda. No busco nada ni a nadie. No busco un amor; no busco esperanzas; sólo persigo la felicidad, si es que de alguna forma existe, y sólo persigo el propósito de no perder mi identidad. No deseo comprensión, no quiero lástima, no pido nada más que eso.
Tal vez esto no es lo mejor que he escrito, pero tengo la certeza de que expulsar mis pensamientos me quitará un peso de encima, y espero que si una distraída e indiferente alma leyera esto, ojalá coincida con mi extraño punto de vista. No pretendo redactar esto a modo de biografía, porque simplemente no me interesa. Sólo quiero escribir y eliminar tanta opresión que me tiene el pecho a punto de estallar. Quisiera componer un poema, pero dentro de mi cabeza existe un descomunal amasijo de ideas y pensamientos que no tienen conexión entre sí. Es por eso que trato de escribir en esta forma, ya que es una manera más libre para escribir y me resulta más fácil mantener un cierto equilibrio para combinar cada pensamiento.
Me he visto obligada a enmascarar mis verdaderos sentimientos, debo fingir paciencia y lamentablemente, no la tengo. No existe solución en cuanto a esto y siento que poco a poco estoy olvidando quién realmente soy. Muchas veces no recuerdo cómo era hace seis o siete años, he olvidado aquellos días en que todo era mucho más sencillo y creías que todo estaba al alcance de tus manos, cuando mirábamos hacia el futuro con ilusión y grandes expectativas. Me decepciona saber que no he logrado lo que quise, me desilusiona darme cuenta que he abandonado la lucha, el darme cuenta que ya no soy fuerte como antes, soy una mísera criatura débil y eso me defrauda. Me cuesta admitirlo, pero tengo miedo. Me siento como una niña asustada, que juega a ser mujer. Me aterroriza cometer un error o ilusionarme frente a cosas que no son reales.
Como una hoja de papel utilizada como borrador para un escrito o un ensayo, así me siento. Imagino que en cualquier momento, seré desechada por el maldito escritor que aún rasguea las palabras que finalmente serán las líneas para el guión de mi vida, el aborrecido sujeto de quien he estado a su merced durante toda mi existencia, siento que dependo de él. Nuestra conciencia es el sustento, nuestro “dios”. Ella es el escritor que relata nuestras deliberaciones, el “destino” es la consecuencia de las decisiones que consideramos al momento de decidir algo, y lo podemos cambiar. Tengo el defecto de derribar los cimientos de mis creencias, y adoptar nuevas ideas para complementar una nueva teoría, esto es tan confuso que finalmente no sé en qué creer, por ejemplo: no soy socialista, tampoco conservadora. No me interesa la política, no me interesa la religión. Sin embargo, si debiera considerarme dentro de una categoría de acuerdo a mis “creencias”, creo que soy agnóstica, pero tengo cosas más importantes en qué preocuparme que política o religión. Ninguna de las dos cosas me ayudará a sobrevivir, no son necesarias en mi vida.
Volviendo a la realidad, es viernes. Es una noche del día 21 de abril, donde el tiempo ha marchado rápidamente. Son las 1:30 de la madrugada. La lluvia ha terminado, sólo oigo el ensordecedor ruido del silencio. El disco de Manowar que escuchaba acabó, como todos los momentos y etapas importantes de mi vida que han concluido. De aquella pulcra hoja que hace un par de días pendía vulnerablemente de los espirales de mi viejo cuaderno, sólo queda un papel arrugado, opacado por un arsenal de letras y frases tachadas u omitidas, palabras escritas en borrador, que no se resignan a contar su historia una vez registradas en mi computador, con el fin de ser subidas al blog abandonado. Estoy sentada en mi cama, abrigando las desahuciadas esperanzas en la luz de la lámpara que ilumina mi habitación en esta tibia y tranquila noche de abril, invocando el anhelo de que algún día todo acabará. Ya no habrá más espera, más confusiones ni culpas, y ese será el día en que sienta que por fin desperté, y podré decir que por fin soy mujer.
Vissnasjäl.-